domingo, agosto 31, 2008

"El que no vote, luego que no se queje"


Si por algo se caracterizan los progresistas más recalcitrantes es por su obsesión por modelar la población, por intentar que la sociedad civil piense, actúe y sea tal y como prescriben sus cánones estéticos. Ya saben, eso tan aparentemente inocente de "La política está para transformar la sociedad", frase que en España han repetido varias veces dos personas: este y este otro.

En esos modelos de sociedad perfecta, la participación siempre es muy alta en las convocatorias electorales. Una sociedad civil ajustada a los cánones estéticos progresistas siempre está satisfecha con sus instituciones e ilusionada con su clase política. Por lo tanto, no ha lugar a que alguien no quiera votar en unas elecciones: "Vota, participa. Y si no votas, ya sabes, luego no te quejes". ¿Cómo que no te quejes? ¿Por qué la abstención es una opción menos legítima que cualquier otra? ¿Por qué un ciudadano que paga sus impuestos, cumple con todas las normas y no se cuela en el metro no debe quejarse y debe estar peor visto por el poder si no vota porque no le da la gana?

"El que no vote que no se queje". Es una frase que ha aparecido en muchas campañas de cleptocracias sudamericanas, en la publicidad institucional del felipismo de finales de los 80 y, más recientemente, en las llamadas a la participación en el referendum del Estatuto de Cataluña ("el que no pots fer és callar", y más de la mitad de la población calló, desoyendo la autorizada voz del consejero de Relaciones Institucionales y Participación).

Cuando la participación es muy baja, suele haber un mensaje implícito hacia la clase política. Cansancio, básicamente. Y ese es el mensaje que quieren evitar a toda costa. Votaremos o no votaremos, pero cualquiera que sea nuestra conducta, será exactamente igual de respetable, y de libre.