lunes, julio 03, 2006

Por qué no quise ser progre (II)


Apenas llevaba gobernando Aznar un par de meses, cuando salió aquel tipo, Miguel Ángel Rodríguez, anunciando que se iban a congelar los salarios de todos los funcionarios de la Administración del Estado en el año siguiente. No habría revisión salarial por inflación. Yo no tenía mucha información acerca de la política en aquel momento, no mucha información pero quizás sí un creciente interés, y aquella noticia me sorprendió. No recordaba haber oído nunca nada en España sobre la rebaja de una prestación en el sector público. Los socialistas y los sindicatos se quejaron.

Unos cuantos meses después, se anunciaba un control mucho más restrictivo sobre el elevadísimo gasto farmacéutico, limitando el número de recetas que se podían dispensar a la vez e impidiendo que los pensionistas pudieran solicitar *todos* los medicamentos que quisieran, gratis total. Aquello fue calificado como el recetazo, el medicamentazo o en el oasis, tan dispuesto siempre a la traducción perpetrativa, como el cop de medicament. Los socialistas y los sindicatos se quejaron.

Aquellas decisiones, a mí me gustaron, haciendo abstracción de la poca distorsión ideológica que en aquel momento pudiera tener. Me sonaba bien eso de frenar el gasto y buscar la austeridad de la cosa pública. Lo que no acababa de entender era por qué a los socialistas y a los sindicatos les parecía mal; no se entendía salvo que su única motivación fuera el temor a desengancharse de la ubre de la administración pública.