lunes, marzo 20, 2006

Las grandes mentiras de la guerra


No deja de ser curioso que la socialdemocracia celebre el tercer aniversario de la segunda guerra de Irak. Curioso, porque nadie recuerda que se haya conmemorado el tercer, el sexto o el duodécimo aniversario de la guerra de los Balcanes o de las Malvinas. Y curioso también, porque la socialdemocracia lo celebra como quien rememora su boda: se trató de un cúmulo de mentiras, nunca se debería haber hecho, ahora las cosas están mucho peor.

Ah, las mentiras. Qué falible es la memoria. ¿Jugamos a ver quién contó más mentiras en el preludio de la guerra? De acuerdo con lo que los progres decían, Irak era un modélico y pacífico país que se esmeraba en cumplir las resoluciones de Naciones Unidas, amenazado súbita y arbitrariamente por los caprichos imperialistas de George Bush, que quería hacer bajar el precio del petróleo. Frente a Bush, dos países europeos se erigían en defensores de la paz, por supuesto sin ningún interés económico o electoral subyacente, y un grupo de chiquilicuatres capitaneados por la verruga bigotuda (Rubianes dixit) apoyaba a Bush sólo por ansias de relevancia.

Según cuentan ahora los progres, además todo el mundo sabía que lo de las armas de destrucción mentira era falso. Ah, claro. ¿Acaso alguna vez había usado Saddam Hussein armas de destrucción masiva? Quiá. ¿Acaso alguna vez había mostrado Saddam Hussein la menor reserva a la presencia de inspectores de desarme? Uy no, qué va. ¿Acaso merecía Saddam Hussein, en definitiva, ser derrocado? No, hombre.

Qué jóvenes éramos en la primavera de 2003. Recuerdo cómo le dabas una patada a una piedra y te salían cuatro progrespecialistas en geopolítica internacional (como ahora, de hecho), que cantaban sus consignas y explicaban velozmente cuál era la solución al problema iraquí: no hacer nada. Fue -es- un grave dilema moral, o tal vez no: ¿acabar con el régimen de Saddam Hussein o unirse al irresistible y cálido antiamericanismo duradero?