domingo, septiembre 04, 2005

Bargalló y el socialismo catalán


Recomiendo encarecidamente la lectura de la entrevista al consejero primero de la Generalitat, Josep Bargalló, con que hoy nos obsequia el libelo deficitario Avui. ¡Qué ingeniosas respuestas, qué alarde de dialéctica sublime!

Gobernar no gobiernan, pero los integrantes del tripartito conforman una hermosa polifonía de ocurrencias y obsesiones neuróticas: entre las recientes, la presencia de los derechos histéricos en el nuevo estatuto de autonomía de Cataluña o la conveniencia o no de que la oficina antifraude de la Generalitat pueda realmente investigar el fraude o sirva sólo de adorno zapateril.

Dice Bargalló: La Oficina Antifraude tiene como primer cometido prevenir, y preventir es presente y futuro, nunca pasado. Lo que tiene que hacer, primero, es que no haya en las actuaciones de las administraciones públicas de Cataluña, en especial en la Generalitat, actuaciones de corrupción, de fraude o irregularidades. [...] Había posturas diferenciadas, pero en el debate en el gobierno sobre aspectos concretos no se puede decir que las opiniones fuesen estrictamente diferenciables por la pertenencia a un partido. [...] Debe ser una oficina transparente, que si encuentra elementos se conozca que los ha encontrado, pero también ha de garantizar la confidencialidad.

La Oficina Antifraude es un invento que ERC incluía en su programa electoral para justificar su eventual pacto con el PSC, partido corrupto hasta la médula en el ámbito municipal, especialmente cleptómano en municipios del área metropolitana de Barcelona (por ejemplo, el mío). Ahora, la Generalitat ha aprobado la creación de esa oficina, pero sin atribuciones ni utilidad conocida.

Ya lo dice Bargalló: prevenir, presente y futuro, transparente pero confidencial. El motivo, la negativa de Maragall a que la famosa oficina tenga competencias para investigar las cuentas de los municipios catalanes, no vaya a ser que se encuentren boquetes en la desordenada gestión socialista de los ayuntamientos en los que gobierna con mayorías búlgaras (por ejemplo, el mío).

Lo peor es que todo el mundo sabe que los socialistas catalanes están pringados en la mayoría de asuntos turbios de los últimos 25 años, desde los casos Filesa o Movilma hasta empresas de titularidad pública que se financian a sí mismas mediante publicidad institucional y extraños donativos. Pero al habitante usual del área metropolitana de Barcelona parece no importarle demasiado (¡feliz él!) a dónde van a parar sus impuestos y se encuentra perennemente extasiado con la gestión corrupta de sus prebostes municipales (por ejemplo, los míos). Con la oficina de Bargalló, al menos, sabemos que todo seguirá igual.