lunes, mayo 16, 2005

Es fervor, dicen


La infancia debe ser la más abominable de las etapas que atraviesa un ser humano. En Occidente, ser padre hoy significa en demasiados casos poco más que perpetuar tus genes y pensar que tienes un niño como quien tiene una mascota o un juguete.

Me recupero tras haber visto imágenes del Rocío hoy en Huelva. La Virgen del Rocío es paseada entre multitudes enfervorecidas. De la nada, alguien lanza literalmente al aire una niña de, a lo sumo, tres o cuatro años, quien es transportada en volandas hasta los costaleros, y es depositada durante unos segundos junto a la imagen de la Virgen. A continuación, vuelve a ser llevada en volandas, de brazo en brazo. Durante todo este proceso, la niña está absolutamente aterrada, no ve más que brazos y brazos de personas desconocidas que la manosean y la transportan desordenadamente hasta no sabe dónde. Jolgorio generalizado entre el público: "¡Ayyy, qué niña tan guapa, y cómo llora!"

Al margen de que los sagaces rocieros habrán conseguido que la niña sea en el día de mañana una atea militante, uno se pregunta qué clase de tiparracos somos los humanos, capaces de regodearnos en el absoluto terror de un infante con tal de que quede bonita la imagen de la niña junto a la Virgen. La religión católica es algo muy serio, bastante más profundo y enriquecedor que ese espectáculo pornográfico del Rocío, ese vacío mental llamado fervor popular, que en realidad no es más que una unión de superstición y fenómeno de masas, dos de las características humanas dignas del mayor desprecio. Donde hay fervor popular no puede haber una religión verdaderamente cristiana, sino sólo idolatría, a lo sumo.