miércoles, febrero 09, 2005

De seguridad ferroviaria y otras monsergas


Allá por noviembre de 2001, se inventó una tasa de seguridad que gravaba la emisión de todos los billetes de los trenes de Renfe, con el objetivo de incrementar la seguridad en los ferrocarriles. Desde entonces, en Renfe se han ido creando una especie de "ferropuertos", estaciones en las que el tren es lo de menos, con ciertos desplazamientos conceptuales, tales como clientes donde antes se decía viajeros, o productos en lugar de servicios (aquí ya no se sirve a nadie).

Desde la invención de la manida tasa, esos ferropuertos están llenos de vigilantes de seguridad, por doquier. Es bien sabido que el principal cometido de un segurata es no hacer nada, pasearse y mostrar cierto grado de antipatía mientras se justifica el sueldo, para huir apresuradamente y hacerse el sueco en el caso de que sea necesaria su presencia, por ejemplo en el caso de un pequeño hurto o de un señor pegando (y quiero decir pegando) a su hija.

El caso es que, en la actualidad, cuando los clientes van a acceder a un tren de los denominados de gama alta, es obligatorio un control de acceso, lleno también de vigilantes de seguridad, en el que se debe pasar el equipaje por un scanner. Una medida absolutamente estúpida, inútil e inoperante, ya que cualquiera puede llevar tranquilamente un arma en el bolsillo o en el abrigo, puesto que sólo es escaneado el equipaje, no el viajero. Enhorabuena, Renfe.

Tras ese control, es preciso también mostrar el billete al personal de Renfe, aparentemente infranqueable al paso de cualquier polizón. Pero sólo aparentemente. Doy fe de que el pasado lunes un morito tuvo la habilidad de viajar desde Barcelona a Calatayud, superando dos controles de acceso en Barcelona y esquivando, no se sabe cómo, al interventor del tren, se supone que cambiando de vagón y/o refugiándose en los servicios en el momento adecuado. Nuevamente, enhorabuena, Renfe.


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Quién les ha visto y quién les ve

"De los violentos no sólo nos separan los medios, sino también los fines".

(José Antonio Ardanza, 1989)